Claudio Campagna atiende el teléfono desde algún lugar de la provincia de Chubut, Patagonia argentina. Pide si es posible reprogramar la entrevista porque se le fue el día adaptando su galpón para convertirlo en un cuartel de invierno para él y para su mujer. Ya pintó, pasó la laca en el piso, pero todavía le faltan las paredes. Calcula diez días más de trabajo. “La casa tiene techos demasiado altos y es imposible de calefaccionar. Así que tengo que terminar todo rápido para que no nos agarre el frío”. Nació en San Miguel, provincia de Buenos Aires, pero en la pandemia se instaló definitivamente en el sur. Y ahora, justo antes de colgar y de reprogramar la entrevista, Campagna cruza la mirada con sus únicos vecinos: dos zorros grises que cada tanto curiosean por la casa. Algunos otros días, si la nubosidad lo permite y con un poco de esfuerzo, también alcanzará a divisar los contornos de las ballenas francas nadando en las aguas del Golfo Nuevo.

Claudio Campagna. Créditos Natgeo Pristine Seas.
Claudio Campagna. Créditos Natgeo Pristine Seas.

El mismo golfo que, del otro lado, recorta el sur de la Península Valdés donde se encuentran las colonias de lobos marinos y elefantes marinos más grandes de la zona. Fue ahí donde Campagna comenzó una vida profesional -a mediados de los 80s- que hoy lo ubica como referente imprescindible en el mundo de la conservación marina, comportamiento animal y ética ambiental. Aunque ahora, a los 69 años, mire el mar por la ventana y asegure que “el problema es el lenguaje, si el conservacionismo no cambia la práctica del lenguaje y modifica su uso, la tendencia a la extinción será aún mayor”. Campagna encuentra ahí la clave que determina el estado de situación, problemática en la que va a fondo en su último libro: Speaking of forms of life. The language of Conservation, escrito junto al filósofo estadounidense Daniel Guevara. Se conocieron como profesores en la Universidad de California en Santa Cruz (UC Santa Cruz) y con los años trazaron un horizonte de investigación que los obsesiona: el lenguaje.

El disparador de su tesis se desató 30 años atrás. A mitad de la década del noventa, Campagna aplicó a un proyecto gigante de las Naciones Unidas que consistía en desarrollar una serie de iniciativas para que gobiernos nacionales trabajaran mejor el uso de los recursos naturales. De 1993 a 1996, fue el coordinador científico del “Patagonia Coastal Zone Management Plan”, del Fondo para el Desarrollo de la ONU.

Cortesía Rodrigo Wegner
Cortesía Rodolfo Werner

Era una de esas oportunidades para saltar de escala. En infraestructura, en financiación, en apoyo. La parafernalia lo abrumó. La presentación era tan compleja que le mandaron a un grupo de consultores que, apenas llegaron, comenzaron a apuntalar el trabajo. A medida que pasaba el tiempo, Campagna veía cómo la asesoría se transformaba en otra cosa. Los consultores corregían sus objetivos, las formas en las que se expresaba.

Poco a poco fueron convirtiendo sus escritos en una forma nueva, ajena a su mirada como científico de la conservación. Todo tenía que estar sobre los carriles de la ONU. Finalmente, después de un año de consultoría, le otorgaron el proyecto. Fue ahí que Campagna terminó de darse cuenta. “A la hora de implementar el proyecto entendí que ese lenguaje impedía que yo hiciera determinadas cosas y me obligaba a ir en direcciones que no eran las que yo originalmente quería tomar”. Fue la última vez que se presentó en un proyecto de esa magnitud.

Trabajó durante tres años con la sensación de pedalear en una bicicleta sin cadena, una bicicleta fija: mucho esfuerzo para que nada se moviera. “No entendía bien dónde estaba el problema pero de lo que me daba cuenta era de que esos aportes no lo resolvían”. Lo desolador de la experiencia hizo emerger, a pesar de todo, un nuevo concepto en su mente.

La raíz del problema estaba al principio, en el sintagma que sostenía la propuesta: que los gobiernos trabajen mejor. “Me di cuenta de la fuerza del lenguaje. Los gobiernos no trabajan bien. Nunca lo van a hacer. Están motivados por estándares que un conservacionista nunca diría que son los mejores”. Era la clave que había que trabajar. “El lenguaje determina el rumbo”.

Autor de una decena de libros científicos, de dos libros de ficción y de más de cien papers y textos de difusión, Campagna se formó primero como médico en la Universidad de Buenos Aires. Terminó la carrera en 1979, a los 24 años, con una certeza: quería estudiar las conductas de los seres vivos. No estaba claro todavía de cuáles. Influenciado por las ideas de Nikolas Tinbergen y Konrad Lorenz sobre la etología, empezó a interesarse por los estudios de la conducta animal.

Mientras se definía, empujado quizá por la propia formación en medicina, se presentó para hacer un doctorado en psiquiatría infantil. Tenía todas las chances de que lo aceptaran. Todo listo para que iniciase una carrera como psiquiatra hasta que se topó con un problema inesperado. Su tutor se estaba por jubilar y no lo podía aceptar. “Menos mal”, se ríe hoy. Hasta ahí podría haberse dedicado a la psicología experimental, a la psiquiatría, a la neurología. Mientras tanto, los momentos en que no leía los textos de Tinbergen o de Lorenz, se dedicaba a observar la naturaleza, a los animales. Hasta que un viaje casual lo puso de frente a la fauna marina de Puerto Madryn.

Claudio Campagna. Créditos Natgeo Pristine Seas.
Claudio Campagna. Créditos Natgeo Pristine Seas.

“Quedé fascinado por el comportamiento de los lobos marinos. Me interesaba específicamente el comportamiento agresivo de los animales”. Pidió una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) para ir a estudiar a Inglaterra y otra vez, como con su doctorado fallido en psiquiatría infantil, a Campagna se le volvieron a torcer los planes. Era abril de 1982. La guerra de las Malvinas hizo que buscara un nuevo lugar y fue así como terminó con una beca doctoral para estudiar comportamiento animal en la UC Santa Cruz. Se mantendría vinculado a esa universidad por más de 20 años, donde llegó a ser profesor adjunto del Departamento de Ecología y Evolución. También fue investigador principal del CONICET -una de las categorías más alta del instituto argentino de investigación científica- hasta 2010.

Al regresar al país de su beca doctoral en California concentró su trabajo -primero- en las colonias de elefantes marinos, especie estudiada en su tesis. En 1987 conoció al biólogo argentino Rodolfo Werner durante la Bienal de Biología de Mamíferos Marinos de Miami. Eran el match ideal. Campagna era especialista en elefantes marinos y Werner en lobos marinos. Cinco años después empezaron un trabajo en Punta Norte -Península Valdés- que les cambiaría la vida a los dos. Personal y profesionalmente. No era nada fácil la tarea que tenían en mente. Poner sensores -primero a los lobos y después a los elefantes- para conocer sus movimientos, profundidad a la que se sumergen y otros detalles claves para el estudio de la especie. Hasta ese momento nadie había logrado hacerlo. Para eso primero había que atraparlos.

Entre los dos ingeniaron distintos métodos para inmovilizar a los animales. Campagna inventó una especie de caña de tubo con una jeringa en la punta para dormir a los elefantes marinos a la distancia y después -con el gigante dormido- poder adosarles el cilindro con los sensores. Con los lobos era distinto porque, si bien tienen un tamaño considerablemente más pequeño, son más movedizos y tienden a ser más agresivos. Para hacer bien el trabajo, tenían que atrapar a las hembras, sacarlas de la colonia y colocarles el parche con la mini computadora. En este caso idearon un sistema de sogas al estilo doma de caballo.

Werner lo describe como “un genio que siempre piensa fuera de la caja; está lejos de ser la típica persona formada académicamente; es capaz de hacer cualquier cosa, de hablar de filosofía, de biología sin perder nunca el humor; puede hacer desde una novela hasta arreglar su casa con sus propias manos o inventar aparatos; es un genio, un Leonardo Da Vinci moderno”. El biólogo está convencido de que aún no es tarde para que le den el Premio a la conservación marina.

Algunos años después de sus aventuras en Valdés -a pocos kilómetros de donde vive hoy- Campagna extendió sus investigaciones a temas de comportamiento de buceo y de determinación de áreas y de estrategias de alimentación de los lobos y elefantes marinos para meterse de lleno en la Wildlife Conservation Society (WCS) y la conservación de las especies.

La universidad californiana terminaría siendo su pivot para los distintos proyectos de conservación que desarrolló en muchas partes del mundo, pero sobre todo en Argentina. Por eso, el libro hecho junto a Guevara quizá funcione como un corolario que le da cierre -o la apertura- a un ciclo profesional. 

El libro -todavía sin traducción al español- se centra en la extinción de las especies por causas humanas. ¿Hay algo en la estructura lógica del lenguaje que nos impide entender lo que significa que se extinga una especie?, se preguntan los autores.

Cortesía Rodrigo Wegner
Cortesía Rodolfo Werner

Campagna explica que “las prácticas dominantes de la conservación -que son muchas, uso de la naturaleza, en la estética, en el valor espiritual, en la importancia y la relación entre la naturaleza y la biología-, tienen una estructura del lenguaje que oculta un juicio de valor que es fundamentalmente ético. Y ninguna de esas prácticas son éticas. Ninguna tiene el lenguaje apropiado”.

Para ejemplificar la imposibilidad con la que chocan las prácticas dominantes en el conservacionismo actual, cita un ejemplo práctico: “Hay una diferencia entre una pandemia y un genocidio. Uno no responde de la misma manera con la misma estructura del lenguaje. Sin embargo, para la extinción -que se puede parecer a un genocidio- nosotros respondemos con el lenguaje de la pandemia; entonces vamos a buscar vacunas en vez de buscar detener aquellos que promueven lo inaceptable”.

Ya doctorado en California, empezó a trabajar en la WCS. Primero como becario y finalmente como Strategic Lead for Ocean Protection en 2022, año en el que se retiró de la fundación. Desde sus trabajos en la WCS, su nombre se expandió por todo el universo del conservacionismo y la biología marina. Entre otros hitos, logró armar tres zonas marinas protegidas en territorio argentino.

Claudio Campagna. Créditos Natgeo Pristine Seas.
Claudio Campagna y Álex Muñoz. Créditos Natgeo Pristine Seas.

Entre parques nacionales, reservas provinciales y municipales, reservas de biósfera y sitios Ramsar, Argentina cuenta con 63 áreas protegidas costero marinas. Tres de ellas se hicieron gracias al trabajo de Campagna y varios de sus colegas. Como el chileno Alex Muñoz. Abogado de carrera, pero especialista en temas ambientales y de naturaleza, Muñoz estuvo al frente del programa Pristine Seas para América Latina de la National Geographic Foundation. Campagna y Muñoz hicieron un equipo perfecto.

“Yaganes” es un área marina protegida al sur de la Isla Grande de Tierra del Fuego, Argentina, y se encuentra contigua al límite internacional con Chile. Es la conexión física y biológica entre los Océanos Pacífico y Atlántico. Hasta ahí llegaron Campagna y Muñoz en 2018, con una expedición integrada por la WCS y Pristine Seas. El objetivo era recopilar información, realizar estudios y todo lo que fuera necesario para transformar esa zona en un área protegida. Muñoz se encargó de la parte chilena y Campagna de la parte argentina. La figura de su colega fue clave. “Me impulsó a hacerlo, sin él hubiera sido imposible”, recuerda el argentino. Desde 2018, gracias a ambos, Yaganes es una nueva zona protegida.

La misma suerte tuvieron el Banco Burdwood I y el Banco Burdwood II; mesetas submarinas situadas en el Atlántico Sudoccidental a 150 kilómetros al este de la Isla de los Estados y a 200 kilómetros al sur de las Islas Malvinas. Es, en términos geográficos, la extensión hacia el este de la Cordillera de los Andes.

Campagna y Muñoz se conocieron en 2008 en el marco del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, un espacio fundado por Campagna cuatro años antes que se transformó en la red más importante del conservacionismo en el cono sur.

Desde México, Muñoz dice de su colega: “Es un visionario. Fue el primero que planteó una red regional de conservaciones y ambientalistas que conversaran, que se vieran las caras, aunque pensaran distinto”. Se sumaron, rápidamente, organizaciones de Chile, Argentina, Brasil y Uruguay. “En un ambiente donde las organizaciones tienden a trabajar solas, Claudio insistió en que era útil unirnos. A la larga generó lazos muy importantes y fue en beneficio del movimiento medioambiental”.

Alejado ya de las grandes instituciones y de las organizaciones ambientalistas, para Campagna el foro se convirtió en su lugar de pertenencia por antonomasia. Es, por ahora, el único lugar donde da cursos sobre estructura del lenguaje. “Si me llama Muñoz por ejemplo para dar una charla voy a ir. Pero estar adentro de las organizaciones implica adoptar sus lenguajes; y yo estoy tratando de salir del paradigma de esos lenguajes porque los paradigmas no se cambian desde adentro”.

Claudio Campagna. Créditos Jim Large/ Foto publicada originalmente en Mongabay Latam
Claudio Campagna. Créditos Jim Large/ Foto publicada originalmente en Mongabay Latam

Médico, biólogo, conservacionista, filósofo de la conservación, investigador, científico, escritor, editor, novelista. Amigo de Isabella Rossellini, a quien asesoró como científico en el libro Green Porno. Todo eso y nada de eso. La figura de Campagna podría entrar en cualquiera de esos trajes, aunque él tenga una manera particular para definirse. “Me identifico con la indeterminación”. Para Werner, “es un work in progress”.

Quizá sea por eso que otra de las críticas de Campagna apunten a un concepto posmoderno. “El pragmatismo es lo que te mata. ¿Qué es el pragmatismo? Significa ´sigamos por el camino que ya está abierto´. ¿Y si te lleva a cualquier lado? ¿Y si no te lleva a donde querés llegar?”.

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