Durante el verano de 2016 vimos como el Intendente Claudio Orrego inauguraba el proyecto de las Plazas de Bolsillo frente a La Moneda, idea que debería dar pie a un verdadero cambio en el uso de sitios eriazos en la capital.

En Santiago hay más de 3.200 hectáreas de sitios baldíos, según un estudio realizado por la consultora Colliers, a partir de antecedentes del Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Estos suelos, distribuidos en 2.050 paños, están localizados en 32 comunas del Gran Santiago. Los municipios que más tienen son: Lo Barnechea (510), Maipú (192) y Huechuraba (179). Durante años han estado abandonados en manos de privados que buscan la especulación para asegurar la construcción. La alcaldesa Carolina Tohá ha propuesto un proyecto de ley que aumente las multas en contribuciones y que llegue al 30% del avalúo o al 300% de las contribuciones a quienes mantengan sitios eriazos o inmuebles abandonados, debido a que dichos predios son utilizados como vertederos clandestinos y son focos de inseguridad. Lo que hoy se paga no es suficiente para desincentivar esta conducta.

©Mario Novas
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Pero, ¿qué hacer con ellos?

El proyecto chileno «Plazas de Bolsillo» es una solución transitoria que no contempla regenerar el tejido urbano ni, más importante aún, entregar a estos espacios valor social y comunitario.

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En Barcelona existe «Pla Buits«, programa que busca evitar el deterioro de determinadas zonas, habilitándolas en el sentido tanto simbólico como geográfico, como un lugar de encuentro entre las iniciativas ciudadanas y el municipio, para la reapropiación colectiva de estos. Miquel Reñe, miembro de la Gerencia de Ecología Urbana del Ayuntamiento de Barcelona explica: “luego de un concurso público en el que organizaciones sin fines de lucro presentan sus propuestas, se les concede el terreno como préstamo por tres años, para gestionar proyectos de usos educativos, deportivos, recreativos, artísticos, sociales o cualquier combinación de éstos”.

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“Son los propios vecinos, en conjunto con la administración, los que valoran qué espacios inutilizados son los más adecuados, por ejemplo, en función de las características, las necesidades o las potencialidades para darle vida”, agrega.

La gestión de estos espacios requiere de cierta inversión inicial que se destina, por ejemplo, a la limpieza y la nivelación y delimitación del terreno, la que es asumida por la municipalidad; pero luego es la comunidad la que debe hacerse cargo. Para Miguel, la misión de este tipo de proyectos debe ir más allá del uso de un espacio físico abandonado: “debe permitir compartir responsabilidades sobre lo colectivo”, enfatiza.

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Un buen plan debe contemplar la colaboración entre los poderes públicos, los propietarios, las comunidades y los emprendedores que quieran apropiarse de los espacios urbanos en desuso. Intervenciones como las «Plazas de Bolsillo», deben permitir avanzar hacia formulas diferentes de gestionar el espacio urbano a partir de la participación y la implicación ciudadana. Otros ejemplos como el de Pasarelas Verdes de San Borja, dan cuenta de un cambio generacional que no está dispuesto a esperar para que las cosas se hagan sino que actúan y reclaman lugares para una autogestión comunitaria.

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El urbanismo de hoy ya no pasa por grandes edificios íconos en las ciudades, el urbanismo transformador pasa por el reciclaje, la rehabilitación, la reparación, la reconstrucción y la reapropiación de lo que es de todos. Pequeñas actuaciones colaborativas que sumadas, incentiven un cambio más profundo sobre cómo vivir en la ciudad.

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Actualmente, sólo en la comuna de Santiago hay 400 terrenos públicos abandonados y otros 800 privados. Algunos, como el sitio de Morandé con Rosas, o el que está ubicado frente al Ministerio de Salud, en Monjitas, podrían tener un uso de este tipo. Las «Plazas de Bolsillo» apuntan modestamente en esa dirección, pero aún queda la duda de si es un proyecto isla para la foto del verano, o algo más profundo en la manera de hacer ciudad.

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